lunes, 9 de junio de 2008

No a Madrid 2016

Que la celebración de unos JJOO en Madrid tendría unas ventajas claras para la ciudad, es una obviedad, pero yo estoy convencido de que a la inmensa mayoría de los madrileños nos traería más perjuicios -daños colaterales, Bush padre dixit- que beneficios.

Siendo niño, fiel seguidor de un buen número de deportes por televisión, -recuerdo que dejé de ir a misa los domingos a la una por ver baloncesto en TV2- entre los que se encontraban el fútbol, el baloncesto, el tenis, el esquí, las motos y la fórmula uno, que ahora recuerde, un partido me dejó profundamente marcado en el fuego liberador del relativismo.
Ojo, se trataba de un primer contacto con el relativismo pragmático y enriquecedor, nada que ver con el relativismo vacuo que hoy día invade todas las instancias de la vida y que iguala al zopenco con el ilustrado que comenté en la anterior entrada, ese relativismo que Houllebecq describe y critica -a mi sano juicio, muy acertadamente- en sus partículas elementales.

Al grano; con el crono a cero, era la final de una copa de Europa contra el Maccabi de Tel Aviv del año catapúm, y Prada disponía de dos tiros libres para ganar el partido y la copa. Bastaba uno para obrar el milagro, pero -como diría a la mañana siguiente la portada del ABC- "no pudo ser". No entró ni uno ni otro y el Real Madrid se quedó sin copa de Europa y yo con la miel en los labios.
Me subió velozmente la sangre a la cabeza, sentí una terrible congestión y un enfado mayúsculo; un berrinche sin parangón se apoderó de mi. Los gritos guturales e histéricos se entremezclaban con llantinas ridículas y patadas al aire -y a algún mueble-, y en tan vergonzante estado sorprendióme mi padre.
No me recondujo por el camino de la serenidad y la contención de un sopapo, ni siquiera un pescozón, tan sólo me preguntó... "¿Y a ti qué más te da que gane o pierda tu equipo?" "¿Es que vas a ser mejor, más alto, más guapo o más rico porque gane un equipo u otro?"

¡Cojones, pues tenía razón mi padre! Si hubiera apostado un millón de las antiguas :-) pesetas a que ganaba el Madrid, el enfado tenía una más que clara justificación. Si yo hubiera sido jugador, entrenador o directivo del Madrid y me hubiera llevado un maletín por ganar, el berrinche tendría una explicación razonable. Pero ninguna de esas situaciones era la mía. Yo era un púber de 10 ó 12 años lleno de granos y vacío de certezas que se daba de bruces con un planteamiento básicamente relativista.

Y sí, mi padre tenía razón.

Perdí algunas cosas por el camino, como la pasión a la hora de seguir a equipo alguno de ningún deporte; pero gané otras más importantes, porque al domingo siguiente que había deportes en la dos, tampoco bajé a misa de una, pero a cambio me leí "La Colmena" del bueno de Cela, y después vendrían otros tantos libros y otros tantos autores.

¿Y a mi que más me da que se celebren en Madrid o en Pernambuco -ignoro si esta noble villa brasileña es candidata- las olimpiadas de 2016? ¿Y a mi en qué me afecta?

En nada bueno. Si tuviera un hotel, una cafetería estratégicamente situada, una tienda de recuerdos y soplapolleces por el estilo, pues sí, a lo mejor en algo me beneficiaría.

Pero como yo no tengo ni por asomo negocio parecido, lo único que notaré caso de celebrarse en esta ciudad las olimpiadas, es que los precios subirán -más. Si, más, mucho más-, que habrá más atascos -más. Sí, más, muchos más- provocados entre otras cosas por muchas más obras -más. Sí, más, muchas más- y que habrá más carteristas y descuideros de falcata en mano por cada una de las esquinas de esta sufrida ciudad.

Aún recuerdo que la anterior vez que Madrid pasó este primer corte que hace un par de días acabamos de volver a superar, los barrios cercanos a las supuestas sedes olímpicas y dónde se celebrarían las mil y una disciplinas comenzaron a hervir de felicidad. ¿Por qué? En aquella ocasión porque el precio de sus viviendas se había disparado inmediatamente, y sus vecinos saltaban de alegría y caminaban ufanos por las aceras pensándose más ricos y más guapos. Sólo les faltaba descorchar una de champaña.

Pero claro, como sabemos que trás la borrachera suele sobrevenir la resaca, mirémonos ahora cómo y dónde estamos. Y ya entonces me prometí...

¡No vuelvo a beber!

Pero no lo cumplí.

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