domingo, 27 de febrero de 2011

De cómo el elegido se transmuta en tu asesino


A petición de uno de mis 10 lectores de cabecera, mi buen amigo Nano -por cierto, solteras de Madrid y provincias, busca pareja y dependiendo de la perspectiva, aún está de buen ver; interesadas pulsar AQUI- voy a escribir en esta entrada sobre los dictadorzuelos que asolan y exterminan a sus propios pueblos, a los que tanto aman.
La lista de genocidas es desgraciadamente amplia; comienza por Stalin -por número de asesinados-, continúa por la mismísima encarnación del maligno, Hitler, y en estos días de zozobra alcanza a un histrión al que hasta hace muy poco Europa bailaba el agua, muy posiblemente en pos de su petroleo, qué paradoja.
Muammar Al-Gaddafi -a partir de ahora, Gadafi a secas- ha acampado en su jaima en los jardines de La Moncloa, rodeado de sus huríes embadurnadas en óleos de higo y dátil; sus camellos han defecado a modo por esos mismos jardines donde Felipe Gonzalez cultivaba con esmero y paciencia benedictina sus bonsais y su ejército particular de jenízaros se ha emborrachado y proferido blasfemias entre las hojas caídas y las sombras de los rododendros por donde paseaban su Majestad el Rey y Adolfo Suarez hablando pausadamente sobre esta España invertebrada que tanto nos duele en ocasiones.
Y su numerosa prole se ha enriquecido hasta el paroxismmo haciendo negocios con las mayores empresas del mundo, han sido recibidos con loas y sobre alfombra de pétalos de tamarindo en el Carnegie Hall de nueva York y en el Afonso XIII de Sevilla.
Y de pronto Occidente descubre que este hombrecillo es malo; todos exigen su inmediata comparecencia ante los tribunales internacionales y exhortan a los banqueros suizos a que congelen sus cuentas. Y mientras esos mismos esfuerzos diplomáticos occidentales intentan ponerse a bien con los irredentos, no vaya a ser que sean éstos quienes a partir de ahora controlen los generosos pozos de gas y petroleo libios. Pero no hay por qué preocuparse, porque si los irredentos fracasan esos mismos esfuerzos diplomáticos actuarán en sentido inverso y todo regresará a su orden anterior. Y la gasolina a los surtidores. ¿No es precioso?
Así son los ogros que aman a sus pueblos; el amor dura hasta que el pueblo no desea ser por más tiempo amado, y es entonces cuando el amado pueblo es asesinado.
Gadafi ama a su país en tanto el país es suyo; no es que él sea libio, es que él es Libia, y no puede soportar que Libia ya no le ame. Antes destruir a Libia que soportar su displicencia.
Y esto mismo se podría decir del descendiente del profeta Mahoma-rey-jefe de estado Mohamed VI -18º rey de la dinastía alahuí que reina en Marruecos desde 1666, nada menos- y otros tantos sacamantecas que aman a sus pueblos a fuerza de beberse su sangre. Vampiros.
Todos son la encarnación de dios, la encarnación del estado, de la justicia, del bien, la encarnación misma del pueblo... hasta que el pueblo decide apartarse de ese abrazo tan fraternal que le asfixia.
O como Mauricio le dice a Lula en la célebre novela "Lula, Mauricio o donde reside la memoria"...
"Son aquellos abrazos que nos unen, nos aprietan y finalmente nos ahogan, aquellos de los que mejor nos debemos guardar".

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